Los palos de ciego a la economía de un presidente desorientado - elEconomista.es

2022-09-03 03:47:46 By : Ms. Linda Chi

El año pasado por estas fechas, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, invitó a los grandes empresarios del país para inaugurar el curso político, rodeado de todos sus ministros. El presidente de ACS y del Real Madrid, Florentino Pérez; los máximos responsables de las dos grandes eléctricas, Ignacio Galán (Iberdrola) y José Bogas (Endesa), así como el consejero delegado de la primera petrolera española, Josu Jon Imaz (Repsol) ó el presidente de la Fundación La Caixa. Isidro Fainé, acudieron puntualmente a la cita.

Sobre el horizonte borrascoso, ya pendía la amenaza de un impuesto a los denominados beneficios caídos del cielo, por la presión de Podemos. Pero en el lugar escogido para el encuentro, la elegante Casa de América de Madrid, nada parecía enturbiar el ambiente de cordialidad. La vicepresidenta tercera y ministra de Transición Energética, Teresa Ribera, que después incumplió sus promesas, se dedicó a tranquilizarlos y quedó en recibirlos uno a uno en su despacho para explicar los planes del Gobierno.

Hasta el presidente del Gobierno, una vez finalizado el acto, dejó la tarima para descender a la arena política y departió amigablemente con todos aquellos que se acercaban a saludarle. Los precios de la luz ya habían comenzado a incrementarse de manera alarmante por culpa del gas. Pero la estrategia de comunicación consistía en tratar de explicar a la población que la causa obedecía a factores como la pandemia y a la fórmula utilizada en la tarifa eléctrica, en la que el gas marcaba el precio de referencia.

Nada impregna ya el clima de aquel buen rollo político-económico, en el que Sánchez aún se esforzaba por destacar la fluida relación con la patronal para modificar la reforma laboral o para subir el Salario Mínimo. Nadie podía sospechar aún que Putin fuera a invadir Ucrania. Desde entonces, el gas se ha multiplicado por diez y la luz se fue a las nubes, pese a los esfuerzos inútiles del Gobierno por contener las subidas.

La estrategia de Moncloa consistente en transmitir a la población que el Ejecutivo era capaz de controlar los costes energéticos saltó por los aires. Era completamente errónea, un estrepitoso fracaso. La medida estrella del último decreto para reducir en veinte céntimos el precio de los carburantes quedó anulada en unos días, porque las gasolinas se fueron a dos euros y absorbieron el efecto de la rebaja, ante la perspectiva de un corte total del suministro ruso de petróleo.

Igual ocurrió con el precio de la luz. La vicepresidenta Ribera, poco acostumbrada a lidiar con los mecanismos del mercado, se paseó por las teles y radios para vendernos que si Europa permitía la excepción ibérica, la luz bajaría al menos un tercio, al dejar la tarifa de estar referenciada al coste del gas.

Pero el recorte se quedó en un exiguo diez%, porque el coste de éste hidrocarburo siguió su escalda ante el temor de que Putin cerrara el grifo a Alemania este otoño-invierno. "¡Es el mercado (la economía), idiota!", como dijo Bill Clinton.

Millones de ciudadanos europeos están tomando medidas voluntarias para reducir la factura el gas, de la electricidad o del petróleo ante la incapacidad de sus gobiernos para contener el incremento de los precios provocado por la guerra de Ucrania y los efectos colaterales de pandemia.

El gas subió el 600% de los últimos doce meses, mientras el gasto energético de un ciudadano medio se elevó el 80%, hasta representar el 10% de su gasto corriente, el doble que el año pasado.

Estamos ante una crisis energética más severa que las de los años setenta u ochenta, cuando el barril de Brent rozó los doscientos dólares por las restricciones de la OPEP y la gente tenía que hacer colas en las gasolineras para abastecerse. En los peores momentos de la crisis del 82, el coste energético llegó a representar el 9,2% del gasto corriente. Millones de ciudadanos europeos pueden entrar en riesgo de pobreza energética, es decir, que su consumo representa más del diez% de sus gastos.

No hay más que salir a la calle y charlar un rato con cualquiera para comprobar el hartazgo que sienten los ciudadanos después de tantas falsas promesas y anuncios oficiales incumplidos. Están perdiendo la paciencia con el Gobierno, al que culpan de su situación. Y no les falta razón.

La respuesta de Sánchez es echar la culpa a las grandes empresas, a las que acusa injustamente de enriquecerse a costa de la población. Una patraña que cae por su propio peso cuando se mira la cuenta de resultados de las eléctricas, cuyos beneficios han disminuido en España durante estos últimos meses. En el caso de las petroleras, recuerdan que nadie se acordó de ellas para compensarlas cuando perdieron miles de millones a causa del encierro general de la población durante el coronavirus. La CNMC ha concluido que sus márgenes están dentro de los estándares después de un seguimiento exhaustivo. No hay un abuso de mercado, como dice Sánchez y su coro de ministros palmeros.

Para remarcar esa distancia con los empresarios, a los que culpa de todos sus males, Sánchez inaugurará este año el curso político parapetado en su búnker de Moncloa, en un acto de recepción a medio centenar de ciudadanos de a pie. Después se echará a la carretera, como hizo con su viejo Peugeot antes de concurrir a las primarias del PSOE, para mostrar la cercanía con los ciudadanos.

El presidente está dispuesto, además, a asumir ciertos sacrificios, como renunciar al Falcon, que disfrutó en los primeros años de su legislatura, incluso para acudir a un concierto con la excusa de una cita oficial. Todo eso se acabó, aseguran.

Eso sí, en paralelo, trabajará su perfil internacional mediante viajes oficiales alrededor del planeta como preámbulo a la presidencia europea de la UE, que ejercerá en el segundo semestre del próximo año para poner el broche de oro a la legislatura. Quizá pretende emular la figura de Evita Perón, la primera dama argentina, querida tanto dentro como fuera de su país, se preguntan los maledicentes.

Los viajes oficiales son una tapadera que esconde el fracaso de su política exterior en el Magreb. La ruptura de las relaciones con Argelia, acarreará una subida adicional del gas que importamos de ese país, además de alejar definitivamente la posibilidad de construir el Midcat, el gasoducto que conectaría toda Europa con el gas argelino.

La reciente visita del presidente Emmanuel Macron, a Argel puso de manifiesto que la construcción por territorio español está vetada, a no ser que el control quedara bajo El Elíseo. Algo imposible de admitir por el Ejecutivo español. La labor diplomática del ministro de Exteriores, José Manuel Albares, brilla por su ausencia.

La política interna está marcada por medidas populistas, destinadas a comprar a los ciudadanos por su bolsillo más que a sofocar los precios al consumo, lo que se traducirá en una pérdida de competitividad y un incremento de las deudas y el desempleo, a medio o largo plazo. Se echa de menos medidas en apoyo de la industria, que amenaza con paralizarse por falta de suministros y los altos costes energéticos.

El decreto que rebaja en veinte céntimos las gasolinas fomenta la movilidad en lugar de restringirla, al incluir a rentas medias y altas, que son las que más utilizan el vehículo. Está por ver que la bonificación del transporte público vaya a sacar muchos coches de la carretera. Las medidas para racionar el consumo de energía han quedado en meras recomendaciones, en manos de gobiernos autonómicos que desconfían de ellas.

Su última decisión de reducir el IVA del gas descolocó tanto a los miembros de su Gobierno como a sus socios de Podemos, que lo habían negado durante meses.

Lo peor es que muchas de las iniciativas están copiadas de otros dirigentes como Macron, que redujo por decreto los precios de la luz, o del canciller Scholz, que promete garantizar el suministro del gas al precio que sea, lo que alimenta la especulación y las subidas. Europa perdió la unidad con que actuó frente a la pandemia, Cada dirigente actúa por su cuenta y con precipitación en defensa de sus intereses.

Ante la desesperación por la constante caída en los sondeos, Sánchez toma medidas contraproducentes. Es la soledad de un presidente, como el ciego que da palos al aire en busca de un culpable inexistente.